Estudios recientes demuestran que desayunar cereal en una base regular, previene la obesidad en los niños de 10 a 12 años. Recuerdo que en mi infancia, comer cereal no era considerado una comida “de verdad”, sino que si comíamos cereal, era como no haber desayunado, las palabras de mi madre ante la frase “ya desayuné”, eran “no has desayunado, sólo cereal, come bien” y entonces el cereal pasaba a ser algo como un postre, en cuyo caso en contra del posible beneficio se convertía en un perjuicio y una suma mayor a las calorías del día, todo por estar “bien nutrido y sano”.
En el estudio compararon la toma de cereal con otros aperitivos considerados desayuno de uso frecuente, como productos lácteos, bocadillos salados (pizza, hamburguesas, hot dogs, pay de queso, pay de espinacas, palomitas), bocadillos dulces (helado, licuados con leche, diferentes tipos de chocolate, croissant, pasteles, bollos), algunos refrescos (sodas), jugos de frutas (frescos y ya empaquetados), otras bebidas (té, manzanilla, infusiones) y, comida tradicional griega cocinada.
Puede verse que se hizo la comparación una amplia gama de alimentos, lo que demostró que
seleccionar cereal para desayunar como la opción más frecuente estaba inversamente relacionado con la obesidad en los niños, es decir, que a más veces se desayunara cereal, los niños tendían a ser menos obesos. No son cereales especiales, sino los que podemos encontrar en el supermercado listos para comer. Tampoco existe una relación entre el número de comidas hechas en el día, sino que resultó de mayor importancia seleccionar cereal en el desayuno que comer 3 o 5 veces.
Parece que nuestra cultura del consumismo nos ha llevado sin darnos cuenta a un mundo en el que, el comer más es significado no de mayor salud como alguna vez se creyó, sino de sofisticación. Sofisticación en el sentido de que quienes tienen más amistades se reúnen mucho más en torno a actividades relacionadas con la alta ingesta alimenticia, una pseudo sofisticación que puede verse en los bares incluso, cafés, cines, y todo tipo de establecimientos, cuya atractivo disfraza la actividad que realmente llevamos a cabo en ese lugar, comer. Y en el caso de los padres cuyas prisas les hacen dar a sus hijos comidas fáciles por las mañanas o ninguna, de todas formas “el niño no tiene hambre”, o llevarlos a establecimientos de comida rápida cuando hay oportunidad con la idea de que “después de todo son niños y a los niños no les hace daño que coman lo que quieran”. Pequeños hábitos pueden hacer la diferencia.
Nutrition, Metabolism and Cardiovascular Diseases (2008) 18, 606-612
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